Shakira, que también podría ser la mujer de los varios motes, tuvo que bailar anoche con la más fea. Ella, La loba, la del Waka waka, el broche de cierre de la jornada inaugural del nuevo Estadio Nacional, dio un concierto con un par de penas: no puso el lugar a reventar y encima enfrentó un bache apenas empezando el show por un problema técnico.
No, no fue el concierto impecable ni preciso como reloj suizo que se espera de un broche de oro. Pero sí fue un concierto en el que Shakira demostró que, además de una banda tallada y fuerte, aplica la frase de: “el show debe continuar”.
El percance. Todo iba bien hasta las dos primeras canciones del concierto. Su espectáculo está diseñado para que desde el principio apele a lo emotivo: salió a las 9:16 p. m. cantando y caminando en el foso (espacio entre la barricada y la tarima).
Así que tras una intro iba cantando Pienso en ti y dándole la mano a quienes estaban a su paso hasta llegar a la pasarela del escenario. Para cuando llegó a ese lugar tenía al público en el bolsillo, y así lo sostenía hasta Años luz.
Pero la nube rosa se desvaneció cuando, empezando la tercera canción, un generador eléctrico se fue, afectando la amplificación del sonido para el público.
Shakira y la banda no lo percibieron y siguieron su actuación. El público, que no escuchaba nada, rompió en un gigante abucheo. Una vez percatados del percance, artista y banda abandonaron el escenario por casi diez minutos.
Tras las disculpas del caso por parte de la producción, Shakira regresó para decir: “San José esta noche soy toda tuya”. Y con canciones como Suerte, Si te vas e Inevitable levantó el ánimo del estadio.
Tras aquellas canciones, una intro trajo pegada su versión con bombo de cuero de Nothing Else Matters. Su baile del vientre y el abordaje con instrumentación tribal le cambió la identidad al que es uno de los temas más emblemáticos de Metallica.
¿Qué hace el thrash metal de uno de “Los Big 4” en el mismo setlist donde está Gitana y La tortura con base de reggaetón?
Ese fue el único tema que desentonó dentro del repertorio de pop y fusiones arábicas.
En el show se fueron escuchando temas de mediana edad como Ciega, sordomuda, o muy recientes como Sale el sol, canción que le da nombre a este tour que la trajo al país.
Que baila montones; eso Shakira lo demostró durante todo el concierto, al poner sus caderas a galopar y su vientre a contraerse, pero tuvo especial énfasis en Loca y Loba. Con este último tema consiguió aullidos en coros.
Cerró con una versión extendida de Ojos así y en la que hizo gala de su habilidad para el baile del vientre.
Para entonces, su concierto había sido de una hora y 20 minutos, aproximadamente.
El estadio se mantuvo en calma. Tuvo que salir Shakira a saludar al público para que el Nacional gritara: “¡Otra, otra!”.
Tras la petición ella regresó con Hips Dont Lie.
Comprobó así Shakira que a pesar de que la gramilla preferencial no alcanzó a llenar a la mitad, el afecto y la calidez de su público no le falló... como el generador de electricidad que le hizo la zancadilla.
Si en algo acertó Shakira a la hora de diseñar este tour es en el cierre: Waka waka (Esto es África).
Festiva y saltarina, además de altamente mercadeada y por tanto conocida, en el Waka waka salieron a bailar con ella un generoso grupo de niños, niñas y jóvenes.
Estadio más futbol más papelitos de colores y sentimiento tribal. Esa fue la fórmula para la despedida de Shakira a las 11:05 p. m.
De cal y de arena. Al llamado de de La loba llegó un público variado en edades, especialmente.
Había en el sitio, desde niñitas, que obviamente no estaban ni en planes de venir al mundo cuando Shakira reventaba a mediados de los 90 con sus Pies descalzos, hasta señoras que bien podían tener edad para ser las madres o las abuelas de la colombiana.
De esas lindas criaturitas que vienen hace poco llegando al planeta, destacaba en la gramilla preferencial Denyeli Arquín Sánchez. Su año y medio de edad fijo la hacía merecedora anoche del título de la “fan” más joven en el estadio.
Acompañada de su madre, Jennifer Arquín, y de su otra hermana, Hilary, la pequeña Denyeli llegó al Nacional desde Limón.
Y si bien es cierto para esa familia femenina del Atlántico esperar sentadas en la gramilla era una cosa divertida, para otros el asunto no pintaba bonito.
Shilene Chaves Campos y Ronald Santamaría usan sillas de ruedas y no había en la gramilla plataforma ni zona especial para personas con necesidades especiales. Sencillamente, a la altura de una silla de rueda, no podían ver. Tampoco estaban a resguardo de un posible movimiento de la masa.
“Esto es una barbaridad. ¿Para qué entonces paga uno la entrada más cara (72.000) si no se puede ver nada? Y además, ¿dónde está el respeto a la ley 7600 de igualdad de condiciones?”, dijo Shilene Chaves de 29 años.
Padece una tetraplejía que hace siete años la tiene en una silla de ruedas. El de anoche, era su primer concierto. Vaya ironía.